La semana pasada estuve en el Primavera Sound de Barcelona, el festival nacional por antonomasia y uno de los mejor considerados del mundo. Son muchos años asistiendo a esta cita casi «por obligación». Hoy mismo según publico esto, salen los abonos de la próxima edición y, si la competencia lo permite, compraré mi entrada a precio reducido sin conocer nada del cartel. La experiencia me dice que no me arrepentiré. ¿Cómo es esto así? ¿Cómo ha pasado el Primavera Sound de ser una cita para «music nerds» a ser «el festival en el que estar» a un nivel masivo?
FOTO: Dani Cantó, Primavera Sound
La cuestión es que el Primavera Sound siempre ha tenido un cartel muy apetecible para el fan más entendido, ya desde sus años en el Poble Espanyol. Por motivos de aforo, hubo que cambiar a una estructura tan desaprovechada como el apartado Parc el Fòrum, que vio descubrir su uso definitivo, tomando después ejemplo otros festivales como el Sonisphere o el Cruïlla. Pero en este artículo lo que quiero es desgranar las cualidades que hacen único a este encuentro musical.
Hoy vamos a hablar de:
Un festival de fans
Tracemos una historia rápida. El Primavera Sound nace en 2001 de la mano de veteranos en esto de la producción musical, con experiencia trabajando en otros festivales como el FIB y también vinculados a la actividad en salas, concretamente a la emblemática Apolo barcelonesa.
Seguramente este conocimiento y respeto por la escena y el circuito de conciertos sea lo que diferenció al festival desde un primer momento: es un festival montado por profesionales, con criterio de fans. A menudo, los organizadores muestran su aprecio (o desprecio) por ciertas propuestas musicales en su foro oficial o en redes sociales, dando así pistas de lo que pueda caer.
En general podríamos decir que el Primavera Sound es un festival de corte «indie» que busca tanto traer artistas consolidados de cierta relevancia histórica, como veteranos olvidados que han tenido menos suerte con eso de la popularidad. Pero hay algo también de insolente y rompedor y no faltará el asistente que pase de dinosaurios y se enfoque más a las propuestas más pujantes de la temporada, que casi nunca faltan. Por simplificar algo así como:
– Cabezas de cartel (Arcade Fire, Pixies, Queens of the Stone Age…)
Sin ellos, el festival sería seguramente inviable económicamente.
– Bandas de culto (GY!BE, Chrome, Loop, Sun Ra Arkestra…)
Muchas veces se trata de bandas reformadas que nunca tuvimos oportunidad de ver en directo. Suelen ser el aliciente de los asistentes más fieles y a menudo se asocian al escenario ATP ya que siguen ese refrescante modelo abierto por la franquicia festivalera británica.
– Hypes del año (Deafheaven, Chvrches, Haim…)
Estos se asocian más al escenario patrocinado por Pitchfork, la publicación musical de tendencias que hoy en día rige el panorama musical «alternativo».
En cuanto a géneros, una de las grandes bazas del Primavera es su apertura de miras. Sus múltiples escenarios le permiten formar una parrilla exhaustiva que si bien gravita en torno al indie-rock, se extiende desde el pop más lánguido al metal pasando por el folk o de la electrónica más fiestera al ambient más narcótico y experimental, pero siempre buscando un patrón de calidad. Discutible, en tanto que la calidad es subjetiva, pero haciendo gala de ese criterio de fan, que hace más fácil que el asistente entienda el cartel como algo coherente pese a la mezcolanza. No faltan tampoco géneros más minoritarios que pueden tener más o menos cabida según la edición (rap, black-metal, drone, jazz, afrobeat…).
El modelo de solapes
Los solapes, o sea, actuaciones coincidentes en diferentes escenarios al mismo tiempo, son una de las mayores quejas cuando llega el festival. Quizá esos dos nombres que querías ver del cartel, son incompatibles. Sin embargo es uno de sus puntos fuertes y la lógica es clara: si la gente tiene varias cosas apetecibles que ver al mismo tiempo, las probabilidades de que estén en un concierto que les entusiasme son más altas. Esto redunda en un público más entregado y respetuoso y minimiza una de las mayores lacras festivaleras; gente que se dedica a hablar o molestar durante conciertos que no le interesan.
Quizá el masoquismo juegue también cierto papel en este aliciente. A todos nos gusta quejarnos y si un festival nos da pie a ello por razones de este tipo, supongo que deja a la imagen del festival en un buenísimo lugar. Que tu mayor problema sea elegir entre Nine Inch Nails o Mogwai en vez de insufribles colas o agobios de gente, dice mucho a favor de un festival.
Cita irrenunciable
Mucho ha crecido el festival en este tiempo, pasando de ser un festival minoritario, casi calificado de experimental (en comparación a otros festivales de pop-rock) a ser uno de los festivales más populares a nivel internacional con grandísima repercusión mediática. Las muchedumbres han crecido (bien controladas, generalmente), las distancias en el Fòrum se han incrementado y todo se ha hecho un poco más incómodo. Pero con todo, el Primavera Sound es una experiencia a la que los «music nerds» no podemos renunciar. Y con lo que nos gusta a nosotros quejarnos de que algo «se vende», de que se hace muy masivo o de que pierde su espíritu original, oye. Pues nada, no hay forma de quitar el Primavera Sound de las primeras posiciones en cuanto a citas musicales interesantes ya no del país, sino del mundo entero.
Por si fuera poco, hace unos años surgió un hermano pequeño en Oporto, de formato recortado y más cómodo, que intenta volver a esa esencia antigua del de Barcelona. También hace unas ediciones, se reforzó la cita barcelonesa con una feria paralela de industria musical, Primavera Pro. Mientras vemos desinflarse casi hasta el absurdo a un titán del sector en España como es el FIB, es inevitable pensar que Primavera Sound ha triunfado con un modelo propio y personal. No sabemos si tendrá fecha de caducidad, pero de momento su salud parece buena.
El reto del presente, la parte oscura del crecimiento
El Primavera está muy bien, el Primavera mola. Pero tampoco acusemos demasiado este síndrome de Estocolmo. A la par que la organización busca mejoras año tras año, hay puntos negros quizá no tan fáciles de solucionar. Algunos de esta última edición.
– Cartel menos excitante: Conforme pasan las ediciones, el cartel acusa una mayor dificultad de sorprender. Este año, si bien fue impresionante, dio la sensación de que un buen puñado de grupos con trabajos discográficos entre lo mejor del año se quedaron fuera. El tirón mainstream de los cabezas de cartel ha ayudado a agudizar esta sensación.
– Bandas nacionales: Algo que siempre ha destacado del Primavera han sido las bandas nacionales. Edición tras edición la organización ha hecho gala de buen gusto trayendo a las bandas más interesantes en su momento. La reciente aventura del festival creando su propio sello, unido tal vez al auge nacionalista (y críticas en años anteriores de poco apoyo al catalanismo) ha provocado que este año apenas hemos visto más que bandas catalanas en el Fòrum. Creo que todo festival tiene que tener un compromiso con lo local, pero también es un exceso cuando esto impide que haya bandas gallegas, murcianas o aragonesas. Sea como fuere, este año la cosa ha estado floja, sosa, apenas salvada de última hora por la inclusión de un pequeño escenario patrocinado por una marca de electrónica.
– Personal en las barras: Aunque no es nuevo de este año, se repite. El personal de las barras era de nacionalidad portuguesa. Si hablábamos de compromiso con lo local, no se nos ocurre uno mayor que contratar a gente de Barcelona, una ciudad cuya cifra de desempleo no invita a buscar mano de obra fuera. La pasividad de las instituciones en esto, me parece preocupante.
– Primavera al Parc: Bajo este apelativo, se celebra una de las actividades paralelas más aclamadas del festival. Si no me equivoco es ya el tercer año que se celebra en el turístico Parc de la Ciutadella y toca repetir que no luce ni una décima parte que cuando se ha celebrado en el parque de Poble Nou o Picasso. Grandes masas de turistas y curiosos de charleta, el consabido lateo… en oposición a los madrugadores melómanos que antes se solían dar cita. La experiencia roza hoy día lo cutre para un festival que siempre alardeó de experiencia urbanita y relajada.
– Adoquines: Como en muchas grandes infraestructuras en nuestro país, en el pelotazo del Fòrum no se escatimó y su suelo se revistió de unos mastodontes cerámicos tan estéticos como poco prácticos y por lo visto, caros. Su estado es deplorable, peor cada año y hace del suelo de algunas zonas del recinto una auténtica zona de riesgo. En cualquier caso no es una queja nueva y la organización se muestra frustrada con el tema ya que el Ayuntamiento no parece tener ganas de tomar cartas en el asunto.
En definitiva, el Primavera Sound ha logrado hacerse un hueco en un mercado tan sobresaturado como el de los festivales españoles desmarcándose con actitudes a priori suicidas: cartel arriesgado, fechas arriesgadas en las que muchos jóvenes andan de exámenes y precios abultados sumados a la ausencia de camping. Han ganado entendiendo que es importante la comunicación directa, que no necesariamente siempre complaciente, con su público y se han beneficiado enormemente del poder del boca a boca. Un caso de éxito que demuestra que, cuando todo parece inventado en un sector, toca probar algo diferente.
Aquí dejo un vídeo de uno de los momentos más emblemáticos de esta edición, Jeff Mangum y sus Neutral Milk Hotel interpretando temas de su album de culto, «In the Aeroplane Over the Sea». Si te interesa (parte de) lo acontecido musicalmente en el Primavera Sound 2014, aquí están mis crónicas de jueves, viernes y sábado.
http://www.youtube.com/watch?v=cFC1ns6PXyo