Esta semana pasada se celebró la Fiesta del Cine. Bajo este extrañamente optimista nombre se escondía una iniciativa para redescubrir al público esas, en ocasiones vacías, salas de cine que todavía resisten a la tan cacareada crisis del sector. Personalmente me parece una iniciativa tan buena como cualquier oferta, ya sea de pizzas familiares o de packs de yogures. Total que con 3 días de entradas a 3 euros, quien más quien menos sucumbió a la tentación, aunque seguramente la gran mayoría no tuviera un gran interés por la película en concreto que se acercó a ver. Todo esto entra dentro de la lógica.
Pues quizá no tanto, ya que leemos en foros, twitter y hasta en los medios, titulares que apuntan a grandes conclusiones debido al éxito del asunto. Hasta dicen que los organizadores del evento (patronal de productores (FAPAE), Federación de Distribuidores de Cine (FEDICINE), Federación de Cines de España (FECE) e Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA)) se han «buscado problemas» dado el éxito la iniciativa, como si se hubiera demostrado que la solución a la crisis de la industria del cine en España fueran los precios.
De primeras parece bastante ingenuo pensar que el éxito de la iniciativa sea un problema para el sector, porque con el efecto oferta lógicamente habrán ingresado una suma que no hubiera llegado de otra forma. De paso, han sentado las bases de un evento anual que seguramente ayude a equilibrar sus cuentas. Por otra parte, no hay que analizar mucho para darse cuenta de que toda esa gente agolpándose en las salas durante una oferta limitada no es algo extrapolable a los 365 días del año, ni sostenible de modo alguno.
Hoy vamos a hablar de:
Mitos y leyendas del cine: Una industria que ha descuidado al usuario
Los debates relativos a Internet y su choque con la industria cultural siempre me han fascinado. Como en casi cualquier otro aspecto, nada es blanco ni negro, todo tiene sus porqués y sus trasfondos. Generalmente el usuario reacciona moralmente legitimado para maltratar una industria que siente que como cliente no le ha tratado nada bien. La situación de poder se trastoca y he aquí el problema. Permítaseme hacer una burda radiografía de dos tipos de espectador de cine, con mucho de estereotipo pero también de verdad.
– El cinéfilo, gafapasta, cultureta… Con todas sus rarezas que le diferencian del humano común, este espécimen es un apasionado del séptimo arte. Para él, el cine no se trata de coger palomitas y coca-cola gigantes, ni de convivir en una sala con gente que entra tarde, que no apaga el móvil, que se ríe cuando no procede, etc. Seguramente podría pasar por encima de todo ello puesto que ver el cine en una buena sala sigue siendo una experiencia de la que disfruta. ¿Pero qué le queda cuando el grueso de la cartelera son películas para niños, ridículas historias de carreras de coches tuneados, remakes facilones y otros bestsellers del audiovisual basados más en el tirón de los actores de turno que en la calidad de una historia?.
– El espectador casual. Se toma el ir al cine como una experiencia de ocio más, no es muy exigente y eso a la industria le ha ido hasta ahora genial porque va a lo que le echen. Pero claro, tonto tampoco es y aquí viene el problema. Del mismo modo que una persona al cine no le da un valor artístico (y no se lo da no por ignorancia sino porque el cine que le ofrecen carece de arte), no va a sentir ningún compromiso con la industria que lo promueve. No hay romanticismo de por medio y si la industria se hunde o cierran el cine de su ciudad, llenará ese hueco en su agenda con cualquier otra actividad como jugar a la consola, practicar el planking o actualizar el Badoo. Lo mismo ocurrirá si le ponen el precio más caro de su umbral de tolerancia.
Resumiendo, la industria del cine, al igual que la de la música, tiene un grave problema en su planteamiento tradicional. Quien ama el cine no siente ninguna vinculación, sino más bien rechazo por una industria que no sólo siente que le maltrata a él como consumidor, sino que maltrata al cine como arte. Doblajes no siempre cuidados, traducciones de títulos bochornosas para generar mayor reclamo, trailers que revelan la trama de la película… este sector lleva muchos años haciendo muchas cosas mal y finalmente el cambio de paradigma ha venido con el garrote.
¡Pues más caro es un cubata!
Para empezar cabe señalar que el cine en esta paradoja económica que es España, es, aunque engañosamente poco más barato en euros, notablemente más caro en relación al sueldo medio que en otros países de la UE. Eso sin meter la tasa de paro en la ecuación. Los precios suben, los salarios bajan y todavía echamos mano de la piratería para demonizar al cliente. Tampoco podemos ver la industria cinematográfica como un gran y malvado gigante corporativo, pero si se ve en la encrucijada entre mantener precios y morir lentamente o bajarlos y correr grandes riesgos, desde luego no es algo achacable al público. Quizá podríamos hablar en cambio de la subida del IVA cultural, que vino a echar sosa cáustica en las heridas del sector.
Pero la pregunta que flota en el ambiente suele ser si el espectador no puede o simplemente no quiere ir al cine. Ante todo hay que entender que cuando se barajan cifras de películas descargadas, la intención de engañar suele estar en el ambiente. Del mismo modo que en el negocio musical, que tú estés dispuesto a escuchar 10 discos no quiere decir que estés dispuesto a comprarlos, que tengas a bien pasar el rato viendo una película a coste cero no significa que estés ahorrando con ello o llevándote gratis algo por lo que antes hubieras pagado. Más bien se trata de que si no tuvieras esta opción, no te interesarías por dicha película.
Así visto ¿es caro el cine? No podemos hablar de la relación entre el gasto del complejo proceso desde que a un guionista se le ocurre algo hasta que esa película terminada está proyectándose en una sala. ¿Hay correspondencia? Quizá si. Al público, desprovisto del romanticismo antes citado, le da lo mismo. Nadie mira la carestía en el ocio con criterios objetivos. A nadie le interesa lo que ha costado idear, fabricar y distribuir algo, sólo le importa la experiencia de consumo. En este caso, reemplazar la experiencia del cine en sala por la del cine en casa resulta fácil y cómodo en relación, por ejemplo, a intentar suplir un ambiente de bar con el de tu salón, por mucho que puedas prepararte copas igual de buenas a un precio ridículamente bajo. Por cierto, también podríamos hablar de que las multinacionales se quejan de la piratería mientras te venden Home Cinemas y se quedan tan anchos.
¿Hay futuro para el cine?
Aunque en España nos estamos resistiendo, servicios a la carta como Netflix son el futuro. Y además le dan la razón al público que ha dejado de ir al cine. ¿Por qué pagar más por ir a una sala mejor equipada a pasar incomodidades cuando puedes tenerlo más barato en tu casa, cuando quieras y sin tener ni que quitarte el pijama? O dónde quieras, esa es la gracia del multiplataforma. Los románticos se pueden rasgar las vestiduras, pero no hay forma de luchar contra eso. En cualquier caso, las salas de cine seguramente sobrevivan, quizá equipándose digitalmente para acabar ofreciendo «video on demand», es decir, el mismo servicio que la tecnología digital permite pero manteniendo antiguos rituales. Al fin y al cabo, ni Internet ni los Ebooks han matado del todo al periódico en papel en el momento en que escribo este artículo.